En un grotesco giro geopolítico, las potencias imperialistas consumaron su plan de desestabilización en Siria tras trece años de guerra, imponiendo al reconocido terrorista Abu Mohamad al-Golani como nuevo gobernante de Damasco. Así lo señaló este domingo el analista de asuntos regionales Hassan Mahalli en un informe publicado en el diario Rai Al-Youm sobre la situación del país antes y después de la caída del gobierno de Bashar al-Asad.
Según el analista, desde marzo de 2011 hasta la fecha, al menos doscientos mil combatientes extranjeros —junto con un número similar de colaboradores internos— fueron movilizados para lograr el derrocamiento del gobierno sirio.
Tras trece años de un conflicto que fortaleció al régimen sionista en los planos interno, regional e internacional, el gobierno de Al-Asad finalmente cayó el 8 de diciembre de 2019. En su lugar se instauró un nuevo poder, rápidamente reconocido y respaldado por los mismos países y potencias que habían trabajado para llevarlo al mando.
El reconocimiento del nuevo gobierno sirio se produjo especialmente tras la reunión entre el presidente estadounidense, Donald Trump, y Abu Mohamad al-Golani, alias Ahmad al-Shara, líder del llamado gobierno provisional sirio, el 14 de mayo, fecha que coincidió con el 77.º aniversario de la creación del régimen ficticio de Israel. Según el analista, todas las potencias implicadas han actuado —y siguen actuando— al servicio de Israel, con el fin de garantizar que sea el único beneficiario de la caída del gobierno de Bashar al-Ásad y de la llegada al poder de fundamentalistas extremistas en Damasco.
Paradójicamente, los nuevos gobernantes de Siria —incluidos en las listas de terrorismo de Estados Unidos, Europa y la comunidad internacional— recibieron de repente respaldo político y mediático a nivel regional e internacional, en nombre de la instauración de un gobierno supuestamente “libre, democrático, limpio y transparente”.
No obstante, incluso los críticos más duros reconocían que Siria, bajo el liderazgo de Bashar al-Asad, avanzaba en la dirección correcta en términos políticos y democráticos. Pese a ello, se urdió una amplia conspiración contra el país bajo la cobertura de la llamada Primavera Árabe. El sistema de Al-Asad resistió durante años el mayor ataque imperialista, colonial y sionista, apoyado por algunos regímenes árabes de la región que conspiraban, tanto abierta como secretamente, contra Siria.
Los acontecimientos posteriores a la caída del gobierno de Al-Asad demostraron que el verdadero objetivo del derrocamiento no era otro que romper los lazos de Siria con el Movimiento de Resistencia Islámica Palestina (HAMAS), con Hezbolá, con el movimiento Ansarolá y con Irán, para convertir a Damasco en un socio estratégico del régimen sionista.
El 13 de marzo, Abu Mohamad al-Golani aprobó una nueva constitución elaborada por algunos de sus allegados, la cual le otorgaba poderes absolutos. Sin recurrir a un referéndum popular, se autoproclamó presidente, primer ministro, jefe del Consejo de Seguridad Nacional y comandante en jefe del ejército y las fuerzas armadas. Según esta carta constitucional, Al-Golani asumirá la potestad de designar a los ministros, al jefe del Estado Mayor, a los comandantes militares, a los miembros del Consejo de Seguridad Nacional, a un tercio de los integrantes de la Asamblea del Pueblo, así como al presidente y a los miembros de la Corte Suprema. Además, tendrá bajo su control el nombramiento de todos los altos funcionarios gubernamentales y la supervisión de las instituciones y organizaciones sometidas a grupos armados.
En un escenario sin partidos de oposición, sin organizaciones de la sociedad civil y sin medios de comunicación independientes, los nuevos gobernantes se apoderaron de todas las instituciones, instalaciones y canales de información estatales. En este nuevo orden, nadie se atreve a cuestionar a los dirigentes ni a criticar sus decisiones.
El nuevo gobierno sirio encabezado por Abu Mohamad al-Golani no solo ha renunciado a defender la integridad territorial del país, sino que además emprendió una campaña de masacres contra comunidades alauitas y posteriormente contra drusos.
Aprovechando la llegada de estos nuevos gobernantes al poder, el régimen sionista intensificó su ocupación y logró avanzar hasta las inmediaciones de Damasco. Sin embargo, la atención mediática internacional no se centra en esta amenaza, sino en la próxima reunión de Al-Golani con Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, un acontecimiento que supondrá un golpe devastador para los equilibrios nacionales y regionales de toda la zona.
La instauración del gobierno de Al-Golani respondió a la necesidad de la dupla Trump-Netanyahu de disponer de un instrumento político para sus proyectos regionales, en particular contra Líbano e Irak, y posteriormente contra Irán. Así, el gobierno de Bashar al-Asad fue derrocado y sustituido, sin importar que su reemplazo fuese un régimen autocrático, dictatorial, represivo o corrupto.
Cabe recordar que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en su resolución del 14 de mayo de 2013, declaró al Frente Al-Nusra —y más tarde a Hayat Tahrir al-Sham— como organizaciones terroristas, colocando además a su líder, Al-Golani, en la lista del terrorismo internacional. Pese a ello, las potencias occidentales y sus cómplices regionales no dudaron en acogerlo y brindarle apoyo político y mediático.
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