Por el Prof. Abdullahi Danladi *
La realidad geopolítica de Asia Occidental está moldeada por una compleja interacción de sumisión política, movimientos de resistencia, injerencias extranjeras y la persistente ocupación de tierras árabes por parte del régimen israelí.
En este paisaje volátil, el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) se ha erigido como uno de los actores más formidables, especialmente en su confrontación contra la agresión israelí hacia el Líbano.
Los intentos del gobierno libanés —percibido por muchos como actuando bajo influencia externa— de desarmar a Hezbolá entrañan profundas consecuencias, no solo para la estabilidad interna del país, sino también para el equilibrio de poder en toda la región.
Esta dinámica adquiere aún mayor relevancia si se considera en el contexto de la actual guerra genocida de Israel contra Gaza, que sigue exacerbando las tensiones regionales y galvanizando a los movimientos de resistencia.
La génesis de Hezbolá se halla en la respuesta a la ocupación y agresión extranjeras, en particular a la invasión israelí del Líbano en 1982. Con el paso de las décadas, se transformó en una fuerza política dentro del Líbano y en una organización militar capaz de desafiar a Israel en el campo de batalla.
Para sus partidarios, Hezbolá es un movimiento de Resistencia que defiende la soberanía libanesa y la dignidad del mundo árabe e islámico.
Desarmar a tal movimiento, en un momento en que Israel mantiene su dominio militar sobre Gaza y ejecuta ataques regulares contra el Líbano, es percibido como una traición a los principios de la Resistencia y como una claudicación ante agendas extranjeras que buscan debilitar la autodeterminación árabe e islámica.
La ocupación de Gaza —marcada por el genocidio, el asfixiante bloqueo y una grave crisis humanitaria— se ha convertido en un poderoso símbolo de opresión en la conciencia árabe y musulmana.
Para muchos, representa el ejemplo más claro de la negativa de Israel a acatar el derecho internacional y las normas de derechos humanos. Esta realidad alimenta la legitimidad de los movimientos de Resistencia, incluido Hezbolá, cuyo armamento continuo se percibe no solo como un elemento disuasorio frente a incursiones israelíes en el Líbano, sino también como una alineación moral con la causa palestina.
Cualquier intento de desarmar por la fuerza a Hezbolá en tales condiciones corre el riesgo de interpretarse como un abandono de la causa palestina y una rendición ante las mismas fuerzas responsables del sufrimiento en Gaza.
Además, la credibilidad del gobierno libanés entre su propia población es frágil. Años de corrupción política, colapso económico y dependencia de la ayuda extranjera han erosionado la confianza pública.
Por ello, las medidas contra Hezbolá difícilmente serán vistas como decisiones independientes tomadas en aras de la estabilidad nacional; más bien se percibirán como políticas dictadas desde el exterior, destinadas a neutralizar a uno de los adversarios regionales más fuertes de Israel y Occidente.
Esta percepción ahonda la división sectaria, con el potencial de desestabilizar el delicado tejido social libanés y encender disturbios internos.
En el plano regional, una acción así enviaría a Israel y sus aliados una señal inequívoca: que las fuerzas de Resistencia pueden ser desmanteladas mediante presión política y coerción económica, sin necesidad de confrontación militar directa.
Esto fortalecería la postura estratégica israelí no solo hacia el Líbano, sino también hacia Gaza y Cisjordania ocupada, reduciendo aún más las posibilidades de una paz justa y duradera. Además, podría sentar un precedente peligroso para otros países donde la Resistencia armada sigue siendo un factor clave en la defensa contra la ocupación o la dominación extranjera.
Desde el punto de vista de la seguridad, el desarme de Hezbolá generaría un vacío de poder peligroso en el sur del Líbano, históricamente la primera línea de resistencia contra las incursiones israelíes. Sin la presencia militar de Hezbolá, Israel podría interpretar la situación como una oportunidad para ampliar su expansión territorial, como ha ocurrido en el pasado cuando las capacidades de Resistencia se vieron mermadas.
Esto expondría al Líbano a mayores amenazas externas, socavando su soberanía y arrastrándolo potencialmente a futuras guerras en condiciones desfavorables.
En el plano internacional, la imagen de tal desarme mientras Gaza permanece bajo genocidio y asedio pondría de relieve el flagrante doble rasero en la política global. Los mismos actores que presionan por el desmantelamiento de Hezbolá guardan silencio o son cómplices ante las acciones de Israel en Gaza, acciones que han sido ampliamente condenadas por organizaciones humanitarias.
Esta aplicación selectiva del derecho y la moral internacionales no pasaría desapercibida, alimentando el sentimiento antioccidental y reforzando narrativas sobre la injusticia sistémica en el orden mundial.
En consecuencia, intentar desarmar a Hezbolá bajo un gobierno libanés visto como marioneta de potencias externas tiene implicaciones de gran alcance, especialmente en el contexto actual de la brutal y violenta ocupación israelí de Gaza.
Supone un riesgo para la seguridad del Líbano, fractura su cohesión social, envalentona la agresión israelí y erosiona los fundamentos morales y políticos de los movimientos de Resistencia regionales.
Mientras Gaza permanezca ocupada y su pueblo sometido al genocidio, la legitimidad de la Resistencia armada en el mundo árabe e islámico persistirá, y cualquier intento de desmantelar tales fuerzas será recibido con férrea oposición tanto en el Líbano como en toda la región.
* El profesor Abdullahi Danladi es miembro del Movimiento Islámico en Nigeria.
Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.