Publicada: miércoles, 21 de mayo de 2025 5:15

Hosein Amir Abdolahian transformó la diplomacia iraní en resistencia viva, dejando un legado que va de Teherán a Gaza y resuena en el mundo entero.

Por: Zainab Zakariyah *

Vivimos en un mundo que rara vez reconoce a sus gigantes mientras aún caminan entre nosotros. Tal vez sea parte de la naturaleza humana comprender plenamente el peso del legado de un hombre solo cuando su voz se ha silenciado y el espacio que ocupaba queda vacío.

Hosein Amir Abdolahian fue uno de esos hombres: una joya de valor incalculable.

Su modesto apartamento en Teherán, adornado con libros gastados y muebles sencillos, contrastaba radicalmente con las opulentas residencias de la mayoría de los ministros de Asuntos Exteriores.

Sin embargo, entre esas paredes residía una de las mentes diplomáticas más formidables de nuestro tiempo.

Nacido en 1964 en Damghan, una ciudad histórica a lo largo de la antigua Ruta de la Seda conocida por sus huertos de granadas y su gente resiliente, Amir Abdolahian era el mayor de cinco hermanos en una familia de clase media.

Su padre, un funcionario público, y su madre, una mujer devota, le inculcaron desde temprano un profundo amor por Ahlul Bait (la familia del Profeta del Islam).

El año 1964 fue un periodo turbulento en Irán. Soplaban los vientos de la revolución. El arquitecto de la Revolución Islámica, el Imam Jomeini, aunque en el exilio, galvanizaba a una nación mediante poderosos discursos que se difundían en cintas de casete clandestinas.

Cuando Amir Abdolahian llegó a la adolescencia, la Revolución ya había triunfado, solo para que la guerra cayera sobre el pueblo iraní. La guerra impuesta por el exrégimen de Irak contra la nación iraní (1980–1988) lo marcaría profundamente.

Los ataques químicos, los asedios, los cientos de miles de mártires, no eran tragedias abstractas. Fueron vivencias concretas.

Amir Abdolahian se veía a sí mismo como un soldado. Pero entendía que no todos los soldados empuñan armas. Algunos visten trajes, moldean políticas exteriores y hablan ante el mundo en nombre de su pueblo.

Obtuvo su licenciatura en Relaciones Internacionales mientras asistía también a clases en seminarios religiosos en la ciudad santa de Qom. En sus estudios de posgrado, se especializó en asuntos de Asia Occidental. Autodidacta en lenguas, dominaba el francés, el árabe, el inglés y el persa.

Su formación intelectual era ecléctica: la furia anticolonial de Frantz Fanon, la filosofía islámica de Allame Tabatabai, los sermones revolucionarios del Imam Jomeini, e —irónicamente— las memorias diplomáticas de Henry Kissinger, le ayudaron a entender cómo los “superpoderes” trataban a las naciones que consideraban débiles.

Aprendió el manual de los superpoderes solo para desmantelarlo. Mucho antes de convertirse en ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Amir Abdolahian fue profesor en la Escuela de Relaciones Internacionales.

Sus alumnos recuerdan a un hombre de humildad asombrosa. Financió becas para 23 estudiantes desfavorecidos a lo largo de 15 años.

Cuando las sanciones imposibilitaban el acceso a revistas académicas, copiaba artículos a mano de archivos diplomáticos hasta altas horas de la noche. “No solo enseñaba diplomacia”, recuerda su exalumna Marzie Afjam. “La vivía con integridad”.

Cuando asumió el cargo en 2021, el panorama diplomático iraní era turbulento. Estados Unidos había abandonado unilateralmente el acuerdo nuclear, de nombre oficial el Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA o PIAC, por sus siglas en inglés). El general Qasem Soleimani, arquitecto de la derrota del grupo terrorista Daesh, había sido asesinado.

El mensaje era claro: ninguna concesión sería suficiente.

Amir Abdolahian no hablaba el lenguaje de la rendición. Comprendía los códigos no escritos de la política de Asia Occidental no desde las salas de conferencias de Ginebra, sino desde las calles de Beirut, los campos de refugiados de Damasco, los cafés de Estambul y las mezquitas de Teherán.

Hablaba el lenguaje del pueblo. Fue el ministro y embajador del pueblo.

Su genialidad residía en reinventar el concepto de poder. Donde otros veían aislamiento, él veía oportunidad. Mientras Washington dormía, orquestaba un cambio sísmico: restableció relaciones con Arabia Saudí sin abandonar los principios revolucionarios de Irán ni a sus aliados.

Esto no fue normalización; fue recalibración. Bajo su liderazgo, el “Eje de la Resistencia” dejó de ser un eslogan para convertirse en un sistema interconectado de defensa mutua.

Su reunión en 2024 con el líder del Movimiento de Resistencia Ilsámica de Palestina (HAMAS), Ismail Haniya, en Doha no fue mero simbolismo. Fue una declaración: Estamos aquí para quedarnos.

Cuando las bombas israelíes fabricadas por EE.UU. comenzaron a llover sobre Gaza en octubre de 2023, Amir Abdolahian no fue solo el ministro de Exteriores de Irán, sino el ministro de Exteriores de los oprimidos. En la Organización de las Naciones Unidas (ONU), su voz retumbó en los pasillos del poder mundial mientras hablaba en nombre del pueblo palestino.

Mostró imágenes de niños masacrados como acusaciones directas contra la hipocresía occidental. Recorrió la región, desde Catar hasta Turquía, de Líbano a Irak, movilizando apoyos para Palestina.

Entendía lo que muchos diplomáticos no comprenden: en Asia Occidental, los acuerdos no se firman en oficinas. Se escriben con sangre y escombros.

Su trágica muerte el 19 de mayo de 2024 en un accidente de helicóptero no solo privó a Irán de un ministro. Privó a los oprimidos de su voz más elocuente.

Desde Palestina hasta Nigeria, de Nueva York a Moscú, de Cachemira a Yakarta, se derramaron lágrimas de sangre al conocerse la noticia de su martirio. Su nombre y legado fueron susurrados con reverencia.

El mártir Amir Abdolahian demostró que la resistencia y la diplomacia no son opuestos, sino dos caras de una misma moneda. El verdadero poder no está en mendigar en la mesa del imperio, sino en construir la propia.

Nos enseñó que la revolución no es solo cuestión de armas, sino de ocupar el puesto que te corresponde, donde sea que estés. Si eres maestro, enseña con propósito. Si eres líder, lidera con conciencia. Las semillas que sembró crecerán. Y un día, darán sombra a millones.

Su camino ahora es el nuestro. Y lo recorreremos, hasta volver a encontrarnos.

* Zainab Zakariyah es escritora y periodista radicada en Teherán, originaria de Nigeria.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.