En plena crisis con Ucrania, Rusia ha estado ocupado tratando de expandir los lazos a miles de kilómetros de distancia: en América Latina. Durante las últimas semanas, el presidente ruso, Vladimir Putin, habló con el mandatario de Nicaragua, Daniel Ortega; llamó a los líderes de Venezuela y Cuba; y fue anfitrión del presidente de Argentina, Alberto Fernández, y el de Brasil, Jair Bolsonaro.
Moscú también mandó a su vice primer ministro ruso, Yuri Borísov, a la región. La primera parada fue Venezuela, país que dijo estar en el camino de una poderosa cooperación militar con Rusia.
Borísov arribó después a Nicaragua con una agenda comercial. El responsable ruso afirmó que el año pasado el comercio bilateral de Moscú y Managua se situó en 160 millones de dólares y que esta cifra debería aumentar.
Cuba resulta la última parada de Borísov, donde ambas naciones renuevan sus vínculos. Los lazos de Rusia con América Latina podrían incomodar a Estados Unidos. Sobre todo, después de que hace semanas, el vicecanciller ruso, Serguéi Riabkov, dijo que su país no podría excluir establecer infraestructura militar en América Latina, si Occidente no restringía de alguna manera sus actividades militares en Europa del Este.
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