Veintiséis días después de la tregua en Gaza, la esperanza de alivio para la población palestina sigue lejos de cumplirse. El hambre continúa marcando la vida diaria. Con el amanecer, familias enteras, especialmente niños, salen a buscar agua, leña, y cualquier material que les permita encender fuego y cocinar lo poco que puedan tener disponible. La crisis económica es asfixiante: no hay empleo y, para muchos, los comedores sociales representan la única fuente de alimento.
Pero, incluso esos comedores funcionan con extrema dificultad. El Programa Mundial de Alimentos advierte que solo la mitad de la ayuda imprescindible, entra a Gaza. De los 145 centros de distribución previstos, apenas 44 operan, debido a las restricciones impuestas por las autoridades de ocupación sionista, que interrumpen repetidamente la entrega de ayuda humanitaria.
El organismo subraya que ampliar la asistencia requiere acceso real: más pasos fronterizos y rutas abiertas dentro de Gaza.
El temor crece con la llegada del invierno. Entre ruinas, bajo tiendas improvisadas o incluso, sin un techo donde resguardarse, miles de familias dependen de una única ración diaria para poder seguir viviendo. Para muchos, la supervivencia se ha convertido en una carga tan grande que, según dicen, la muerte parece menos dolorosa que seguir en estas condiciones.
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