Publicada: jueves, 5 de junio de 2025 3:25

El 15 de Jordad de 1963 se inscribe como una fecha fundamental en la historia contemporánea de Irán, marcando el inicio de un proceso político que transformaría profundamente la sociedad iraní y su relación con el poder global.

Por Xavier Villar

Este día, en que una gran movilización popular se levantó contra el régimen autocrático del sha Mohammad Reza Pahlavi, no solo fue una protesta contra un gobierno opresor, sino el surgimiento visible de un antagonismo político que pondría en cuestión el orden hegemónico imperante, inaugurando una nueva etapa en la política del mundo islámico.

El protagonista de esta contienda fue Ruholá Jomeini, una figura religiosa que, hasta entonces, no había alcanzado una posición política dominante, pero cuya intervención fue clave para articular un discurso que convirtió lo social en lo político, activando las tensiones subyacentes en la sociedad iraní. Su aparición en el escenario político puede leerse, desde la teoría política de Carl Schmitt, como la configuración de un antagonismo que define la política como la distinción entre amigos y enemigos, y que conlleva la emergencia de un espacio político propio.

No obstante, es importante señalar que en 1963 el islamismo liderado por Jomeini no logró vencer al régimen Pahlavi; ese desenlace se alcanzaría solo con la Revolución Islámica de 1979. Sin embargo, la revuelta del 15 de Jordad sí consiguió articular un discurso antagónico que cuestionó no solo al régimen Pahlavi, sino también al westernesse, concepto que designa la hegemonía cultural y política occidental que impuso una visión restringida de la modernidad y la política en el mundo musulmán.

Este desafío discursivo se tradujo en una ruptura epistemológica: mientras que el régimen Pahlavi y sus aliados, inspirados en el kemalismo turco, presentaban el Islam como un símbolo de atraso y estancamiento, Jomeini lo reivindicó como una fuerza emancipatoria, una herramienta de resistencia contra la opresión interna y la dominación extranjera, especialmente contra el imperialismo occidental. En esta línea, el islamismo emergió como una propuesta política integral que no solo se oponía a un régimen autocrático, sino a la propia narrativa occidental sobre el desarrollo y la modernidad.

La reacción del régimen Pahlavi ante la creciente popularidad de Jomeini fue inmediata y represiva: su arresto y posterior exilio en 1964 pretendían silenciar su voz, pero tuvieron el efecto contrario, consolidándolo como símbolo principal del anti-pahlavismo y dando mayor visibilidad a su discurso. Su figura se convirtió en un emblema de la resistencia y en la articulación de un contrapúblico que desafiaba las normas hegemónicas de la política iraní y de la región.

Este contrapúblico, entendido como un espacio discursivo alternativo que se forma en oposición a las normas culturales y políticas dominantes, es clave para entender cómo el islamismo fue capaz de construir una identidad política distinta, basada en una genealogía alternativa de resistencia anticolonial. El islamismo, lejos de ser una reacción puramente religiosa, es una respuesta política que busca redefinir las relaciones de poder en el contexto global y regional.

El 15 de Jordad se puede leer, por tanto, como un texto político que articula una agencia capaz de desafiar la visión orientalista dominante que confinaba lo político a Occidente. Jomeini, al cuestionar la legitimidad del régimen Pahlavi, al denunciar su dependencia de potencias extranjeras, su opresión, corrupción y traición, construyó el antagonismo fundamental entre kemalismo-pahlavismo e islamismo. Este antagonismo redefinió el campo político y estableció las bases para la Revolución Islámica, que sería el momento en que el islamismo se convertiría en discurso hegemónico y en proyecto de Estado.

La importancia de este proceso trasciende Irán. Representa una crisis de la hegemonía occidental (westernesse), cuyo discurso dominante, basado en la modernidad secular y liberal, perdió su capacidad de imponerse de manera universal. Este colapso permitió la emergencia de discursos rivales, entre ellos el islamismo, que ofreció un marco alternativo para entender y practicar la política. Esta dinámica se puede ver como parte de una “posmodernidad” en la que la hegemonía occidental deja de ser vista como natural o universal, y se abre paso a la pluralidad discursiva y política.

Desde esta perspectiva, el islamismo se presenta como una respuesta a la crisis global del orden poscolonial y capitalista, una respuesta que implica una “ética diferida”. Esta noción señala que en las condiciones de postcolonialismo y capitalismo contemporáneos, las intervenciones éticas por sí solas no alcanzan a producir justicia ni moralidad debido a la corrupción inherente del sistema. La ética, entonces, queda suspendida hasta que una transformación política profunda permita el surgimiento de un nuevo orden social justo. En otras palabras, para pensar la justicia y la moralidad es necesario primero cambiar las condiciones políticas que las hacen inviables.

Este planteamiento conecta con la dimensión política de Jomeini, quien, lejos de ser un líder místico o exclusivamente religioso, promovió una reorganización política del mundo basada en la inseparabilidad entre Islam y política. En su obra Vilayat al-Faqih, escrita durante su exilio, sostiene que las leyes políticas islámicas son incluso más fundamentales que las normas de adoración, postulando que no existe una esfera separada entre lo político y lo religioso en el Islam. Esta visión desafía la narrativa secular que intenta aislar la religión de la política y que ha servido para deslegitimar los movimientos islamistas.

La revuelta del 15 de Jordad y la Revolución Islámica que le siguió representan así dos momentos de un mismo proceso político: el primero, la emergencia de un discurso alternativo y la activación de tensiones sociales que convirtieron lo social en político; el segundo, la consolidación de ese discurso en una fuerza hegemónica capaz de transformar el Estado y la sociedad.

En este contexto, el islamismo surge como una posibilidad para descentrar a Occidente como punto epistémico central, ofreciendo a las comunidades musulmanas un espacio para vivir políticamente según sus propios términos. No se trata simplemente de una oposición al régimen iraní o a Occidente, sino de la articulación de una identidad y un proyecto político que buscan redefinir las reglas del juego a nivel global.

En definitiva, el 15 de Jordad de 1963 no fue solo una revuelta popular, sino el inicio de una lucha política compleja por la identidad y la hegemonía en Irán y el mundo musulmán. La emergencia de un discurso islamista que desafió el orden establecido dio lugar a una nueva configuración del poder y la política, cuyos efectos se mantienen presentes en la actualidad. Este proceso invita a repensar las relaciones entre islam, política y poder desde una perspectiva crítica que reconoce la pluralidad y la contingencia de los discursos hegemónicos.