• El director iraní, Jafar Panahi, tras recibir la Palma de Oro en el Festival de Cannes en mayo de 2025.
Publicada: miércoles, 28 de mayo de 2025 17:25

El reconocimiento internacional de las películas iraníes plantea esta pregunta que ¿hasta qué punto estas películas, alabadas en Occidente, perpetúan una visión orientalista que responde a las expectativas y estereotipos del público occidental sobre Irán?

Por: Xavier Villar

El director iraní Jafar Panahi ha sumado un nuevo reconocimiento internacional al conquistar la Palma de Oro en el Festival de Cannes con ‘It Was Just an Accident’. Este premio reafirma el lugar destacado que ocupa en la cinematografía iraní contemporánea, que desde hace décadas ha logrado abrirse camino en los grandes escenarios globales. Sin embargo, junto a la celebración surge una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto estas películas, alabadas en Occidente, perpetúan una visión orientalista que responde a las expectativas y estereotipos del público occidental sobre Irán?

El cine iraní ha sido un fenómeno cultural que traspasa fronteras y acumula premios de prestigio. Pero Irán, como país musulmán y parte de Asia Occidental, sigue siendo objeto de representaciones simplificadas y reductoras, especialmente en los medios occidentales. Esa imagen, a menudo negativa y monolítica, ha encontrado en ciertas producciones premiadas una repetición de sus propios prejuicios.

Directores como Panahi, Asghar Farhadi —que en 2017 ganó un Oscar por ‘El viajante’— o el fallecido Abás Kiarostami, han sido aplaudidos internacionalmente como los máximos exponentes del cine iraní. Sin embargo, muchas de sus películas parecen, consciente o inconscientemente, responder a una narrativa esperada: la del drama social, la opresión y la contradicción cultural. Esta fórmula, si bien reconocible y potente, corre el riesgo de encasillar la realidad iraní en un marco limitado y orientado hacia el gusto occidental.

Más allá de la intención de los autores, el resultado es una representación parcial que dificulta la pluralidad de voces dentro de Irán. Este fenómeno abre un debate crucial sobre los límites de la representación cultural en un mundo globalizado, donde los circuitos de poder mediático y las ideologías dominantes moldean qué historias se cuentan y cómo se cuentan.

El teórico cultural Stuart Hall aportó luz a esta problemática al analizar cómo los medios construyen significados a partir de contextos políticos e ideológicos. Según Hall, los mensajes no tienen una verdad fija; son codificados y decodificados bajo las condiciones del poder y la cultura dominante. Así, la ideología guía tanto la producción como el consumo de los significados, configurando una representación que suele favorecer los intereses hegemónicos.

En este contexto, el reconocimiento de Panahi y otros cineastas iraníes en Occidente revela una contradicción profunda: mientras se ensalza su talento artístico, sus creaciones a menudo legitiman una visión fragmentada y sesgada que responde más a los intereses políticos y culturales occidentales que a la realidad iraní. Lejos de ofrecer una representación fiel y plural, estas obras contribuyen a reforzar estereotipos simplistas que desvirtúan la complejidad social y política de Irán, alineándose involuntariamente con un discurso exterior que busca perpetuar la imagen del país como un espacio conflictivo y atrasado. Así, el aplauso internacional termina siendo parte de un juego simbólico donde el cine iraní se ve reducido a un exotismo problemático que poco aporta a la verdadera comprensión del país y su diversidad.

El influyente intelectual Edward Said subrayó la importancia del mecanismo y la manera en que Oriente es representado ante Occidente mediante diversas representaciones. En su obra Orientalismo (1978), Said argumenta que las producciones artísticas suelen estar influenciadas por discursos coloniales y que estas representaciones son herramientas para el dominio occidental sobre los pueblos de Oriente y Asia Occidental, generando una división permanente entre Oriente y Occidente. Said no cuestiona la veracidad absoluta de estas representaciones, sino que sostiene que, en su mayoría, sirven para mantener objetivos coloniales y políticos específicos.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se consolidó una tendencia aún más marcada a representar al mundo islámico desde una perspectiva islamofóbica, cuyo objetivo ha sido crear y afianzar estereotipos mentales y naturalizar una visión negativa de Asia Occidental en la opinión pública global. La imagen de los pueblos musulmanes en los medios de comunicación occidentales quedó reducida a clichés como el de sociedades “hipócritas, engañosas e incluso amenazantes”, una simplificación que, lamentablemente, ha permeado también en las producciones culturales.

En este contexto, Ali Behdad, uno de los principales críticos del orientalismo moderno, ha dedicado gran parte de sus estudios a analizar no solo la representación de Oriente por parte de Occidente, sino también el papel de las producciones artísticas locales en la construcción de su propia identidad. Behdad acuñó el término “auto-orientalización” para describir cómo los artistas y cineastas de la región, incluida Irán, reproducen ciertos estereotipos occidentales en sus obras, a menudo para conseguir reconocimiento y legitimidad en el circuito global.

Según Behdad, la forma en que Occidente presenta y representa al Oriente y al Islam influye decisivamente en la formación de la identidad de los orientales y musulmanes. Esta dinámica genera una relación compleja y, a veces, contradictoria, donde la auto-representación se ve mediada por las expectativas y las demandas externas. La identidad cultural, entonces, se moldea bajo la presión de una mirada externa que define qué aspectos son “visibles” y cuáles permanecen invisibilizados.

Aplicando esta perspectiva a los directores iraníes mencionados, se observa que, a pesar de sus afirmaciones sobre la autenticidad de sus relatos, Panahi, Farhadi y Kiarostami han ofrecido imágenes de Irán que no solo no rompen con los estereotipos, sino que contribuyen a reforzarlos, aunque sea de manera involuntaria. En buena parte de sus películas, dos temas recurrentes emergen con fuerza: la mujer y la sociedad iraní.

Estos elementos suelen construirse mediante imágenes que coinciden con los estereotipos occidentales sobre Irán, presentando una sociedad marcada por la represión, el trauma y el silencio. Estas representaciones se inscriben en una narrativa que termina por encajar en el marco de lo que Occidente espera ver del cine iraní.

Un claro ejemplo es ‘El viajante’ (2016), de Asghar Farhadi, donde la mujer aparece bajo el estereotipo de la figura pasiva y víctima, atrapada en un contexto de desigualdad y violencia. Esta imagen, frecuente en los medios occidentales, contribuye a reforzar la visión del Islam como un sistema “incivilizado, ilógico y discriminador”, en contraposición al Occidente “civilizado, ilustrado y defensor de la igualdad de género”. Este binarismo simplista es funcional para mantener una división tajante que legitima discursos hegemónicos y deslegitima las complejidades internas de las sociedades musulmanas.

Los mensajes transmitidos a través de las películas de Panahi, Farhadi y otros directores iraníes —ya sea mediante la apariencia y comportamiento de sus personajes o las imágenes que proyectan de la sociedad iraní— pueden entenderse como manifestaciones del discurso colonial en su versión contemporánea. La percepción e interpretación del “yo oriental” en estas obras se asemeja a la del “otro” oriental representado por Occidente. Este proceso genera una reiteración y continuidad de clichés y estereotipos que, lejos de cuestionar, consolidan una imagen monolítica y reductiva de Irán y su compleja sociedad.

En definitiva, el cine iraní más aclamado en Occidente revela no solo la habilidad técnica y narrativa de sus directores, sino también su sometimiento a un mercado cultural global que condiciona y limita la diversidad de sus relatos. La persistencia de la auto-orientalización en las obras de Panahi, Farhadi y Kiarostami desnuda una paradoja incómoda: para ganar prestigio internacional, estos cineastas terminan reproduciendo una visión reduccionista y estereotipada de Irán, priorizando una mirada complaciente que alimenta los prejuicios occidentales en lugar de desafiar sus relatos dominantes. Esta conformidad con la demanda externa no es un simple accidente artístico, sino una elección que compromete la complejidad y pluralidad real de la sociedad iraní.


Xavier Villar es Ph.D. en Estudios Islámicos e investigador que reparte su tiempo entre España e Irán.