Publicada: lunes, 14 de agosto de 2023 8:31
Actualizada: lunes, 14 de agosto de 2023 9:25

Hace unos días, el ex primer ministro de Pakistán, Imran Jan, fue arrestado y condenado a tres años de prisión después de que un tribunal en Islamabad lo declarara culpable de “prácticas corruptas” relacionadas con la venta de regalos estatales. 

En el momento de su arresto, el medio digital The Intercept publicó un documento clasificado en el que se revelaba que Washington había presionado para lograr la destitución del ex primer ministro paquistaní debido a su neutralidad en la guerra de Ucrania y su relación con Rusia.

Este documento, que exponía una conversación entre el embajador de Pakistán en los Estados Unidos y dos miembros del Departamento de Estado, ponía de manifiesto tanto los incentivos como las medidas coercitivas que el Departamento de Estado implementó en su campaña contra Jan. Se prometían relaciones más cálidas en caso de que Jan fuera destituido, al mismo tiempo que se dejaba claro que el país se enfrentaría a un aislamiento internacional si Imran Jan continuaba como primer ministro.

Un mes después de dicha reunión, se llevó a cabo una moción de censura en el Parlamento que resultó en la destitución de Jan como primer ministro. Según varios medios locales, todo indica que esta moción de censura contó con el apoyo explícito del ejército paquistaní, la institución que ha estado gobernando el país desde su independencia en 1947.

La intención de este artículo, además de arrojar luz sobre las prácticas neocoloniales de los Estados Unidos, es analizar cómo un país que nació con la aspiración de convertirse en una República Islámica terminó transformándose en un estado convencional más. Se busca comprender cómo la idea original de Pakistán, basada en la movilización de los individuos no en función de la etnia o el idioma, sino en ser musulmán, fracasó, y cómo Pakistán acabó adoptando la forma de un estado convencional cuyos principios rectores se basaban en la continuidad del dominio colonial. 

Un dominio colonial que está profundamente arraigado en la élite occidentalizada de Pakistán, la cual considera que cualquier intento de promover la islamización de la sociedad y el país va en contra de sus intereses personales y políticos.

En este sentido y en términos generales, se puede afirmar que los liberales occidentalizados han tendido a apoyar el autoritarismo debido a su percepción de que el auténtico gobierno popular debería seguir la vía del Islam.

El caso de Egipto y el respaldo otorgado por parte de este grupo de liberales occidentalizados al gobierno de El Sisi ilustra la visión colonial e islamófoba de las élites en los países de mayoría musulmana. Estas élites son incapaces de imaginar un futuro político en el que el discurso público se base en los principios del Islam. Esto provoca que su concepción democrática colapse cuando se confronta con una alternativa política que no encaja en el paradigma del liberalismo.

Volviendo a Pakistán, se puede señalar que el drama radica en que aquellos que creen en el país no han logrado gobernarlo, y aquellos que lo han gobernado nunca realmente han creído en él. Esto ha significado que la mayoría de los paquistaníes han sido efectivamente privados de sus derechos, por grupos dinásticos que pretenden ser partidos políticos, por tecnócratas incapaces de ver más allá de la perspectiva colonial, y por aquellos occidentalizados que tienen aversión a la misma idea de Pakistán.

La figura de Jan sirve para resaltar que incluso la más mínima concesión a un discurso político con tintes islámicos fue suficiente para generar la oposición de toda la élite occidentalizada del país. 

Igualmente, el drama de Pakistán puede servir como ejemplo para ilustrar el concepto de colonialidad y sus diferencias con el colonialismo. Se puede decir que el colonialismo se refiere al período histórico de ocupación y control colonial, mientras que la colonialidad se refiere a las estructuras de poder y las relaciones desiguales que persisten en el presente, influyendo en aspectos sociales, culturales, políticos y económicos de las sociedades afectadas por el colonialismo.

Que el sistema legal actual en Pakistán continúe siendo dominado por la legislación implementada por el Imperio Británico en los años 30 del siglo pasado es un claro ejemplo de estas "ruinas coloniales" que siguen influyendo en la vida de los pakistaníes. Otro ejemplo adicional de estas "ruinas coloniales" es el sistema electoral en Pakistán, otra herencia británica que resulta en algunas de las legislaturas nacionales menos representativas del mundo.

Se puede afirmar, por tanto, que la soberanía de Pakistán está limitada por la persistencia de mentalidades e instituciones coloniales. Por otro lado, tanto la intromisión de los Estados Unidos como la presencia de élites occidentalizadas configuran una influencia política que niega de manera activa cualquier apertura hacia el Pakistán concebido en la imaginación popular en el momento de su independencia. 

A modo de conclusión, se podría argumentar que el ejemplo político de Pakistán, con su particular drama, puede contrastarse con la experiencia de la República Islámica. De esta manera, se podría afirmar que sin la Revolución Islámica, Irán sería un país muy similar a Pakistán. En otras palabras, Irán sería una nación dominada por una élite que está globalmente integrada, orientada internacionalmente y culturalmente separada de la mayoría de su población.

XAVIER VILLAR