Publicada: martes, 12 de febrero de 2019 16:28

Hace 40 años se producía una revolución en Irán que no sería una más en la historia y que seguiría de gran importancia hasta el día de hoy.

La Revolución Islámica que se produjo alrededor de la figura del ayatolá Seyed Ruholá Jomeini, un clérigo exiliado en Irak y que luego de ser expulsado por Saddam Hussein, residía en Francia, le daba características especiales por el carácter islámico que le impone la versión del chiismo duodecimano que la impulsó.  

La base en el islam le confirió características especiales y diferenciadoras porque no se centra en las clásicas teorías marxistas leninistas sobre el conflicto de clases que proliferaron esos años de Guerra Fría sino en el apego a las reglas de una cultura dada por el carácter no solo islámico sino también de una larga tradición persa, un hecho propio de una nación cuya historia se remonta miles de años.

La Revolución iraní tenía parámetros diferentes a los expresados en sus predecesoras, sus ideólogos buscan persuadir y convencer desde el amor y no desde la coacción. Las ideas tienen una base en un proceso cultural muy diferente a lo que se ha instalado en Occidente, a cuya esfera de influencia corresponde la Argentina, buscando integrar, unir y convencer.

La visión que se da en el país persa es la de una sumatoria de hechos culturales dados por la historia evolutiva como nación: la lengua, la tradición, la religión, la herencia de factores en común son solo algunos de los principales puntos con los que se conforma una identidad cultural propia, lo que hace distintivo a cada pueblo y desde allí a cada ser humano.

El Norte atlántico ha impuesto sus patrones culturales a buena parte del mundo y se extienden cada vez más, mientras llevan a creer que la única forma posible de pensar es la del mundo anglosajón actual, perdiéndose entonces las características de cada pueblo que lo hacen único.

Cada una de las razones que dan a una sociedad una identidad colectiva es pisoteada y reemplazada por nuevas formas de cultura prefabricada, superflua, banal, inmediata, pero especialmente materialista, hedonista e individualista, los tres pilares sobre los que se edifica la sociedad global actual, aunque bien debemos aclarar que el carácter mundial que se le atribuye es forzado.

Esta cultura global financiera planificada en los grandes centros de diseño de ingeniería social en EE.UU. y el Reino Unido, generosamente financiada por grandes fundaciones que son una de las manifestaciones visibles del verdadero Poder y difundida por el enorme aparato cultural constituido por los medios de comunicación corporativos, la industria del entretenimiento y una red de centros académicos, ONGs y organismos internacionales, se limita a ciertos países y sectores muy específicos, a pesar de lo cual el manejo comunicacional instaura la creencia de que es global, irreversible y triunfante.

No sumarse a estos cambios tan bien promocionados es visto entonces como una resistencia a la modernidad, al avance científico, al cambio positivo, y en definitiva a lo inexorable, la negación de la realidad misma. Quienes persistan en sus convicciones no merecen más que una irónica sonrisa ante sus embestidas cual Quijotes.

La Revolución Islámica rechazó, en consecuencia, la vía armada como método de la conquista del poder, un modelo que proponían los grupos consustanciados con las ideas occidentales revolucionarias de otras regiones y que buscaban repetir en esta tierra.

La Revolución Islámica estaba mucho más acorde con el sentir del pueblo iraní y por ello es que éste ganó rápidamente las calles, pagando con su sangre las represiones salvajes de la SAVAK, la policía secreta del Sha Reza Pahlevi,

Sin respiro, la naciente revolución islámica se enfrenó a un enorme desafío, la guerra contra su vecino iraquí Saddam Hussein.

¿Por qué el Occidente capitalista y los países socialistas atacaron o dejaron librada a su suerte, al proceso Revolucionario iraní? Las características islámicas es la respuesta, lo que el pueblo iraní de la mano de su líder Jomeini hacía, era un mal ejemplo para el mundo bipolar que llegaba a su fin.

La agresión del campo capitalista y la indiferencia socialista mostraba las aristas de incomodidad ante este nuevo fenómeno porque abría la puerta a un nuevo modelo social en donde las tradiciones culturales ya mencionadas aparecían como capaces de quebrar ese modelo abriendo espacios para las religiones.

El pueblo iraní considera un todo su cultura, indivisible, inseparable en compartimientos estancos, y desde allí interpelaba al socialismo materialista y ateo soviético y al capitalismo financiero que se preparaba para eliminar a su adversario geopolítico.

Este capitalismo que ya se presentaba como el vencedor, tenía los planes que años después veríamos. La nueva propuesta cultural, que arrasaría con culturas históricas para imponer una filosofía que le permitiera avanzar en su conquista social, necesitaba despejar la ruta futura.

Henry Kissinger en los setenta ya había advertido sobre la peligrosidad de una Iglesia Católica que podía ser un obstáculo a futuro, generando para ellos huestes de pastores electrónicos que sentarían las bases sobre las cuales desplazar la visión evangélica católica por la mucho más amistosa Teología de la Prosperidad en el continente americano.

La Revolución persa amenazaba con crear un nuevo foco de conflicto al estilo del que intentaban resolver en América y debía ser cortada de cuajo. La posterior aparición del Califato que proponía Daesh o Al Qaeda, eran la versión islámica necesaria para ejecutar sus planes, no la Revolución Islámica en Irán.

Cuatro décadas han pasado desde que al atlantismo comprendió que la Revolución que veían como aliada porque enfrentaba al comunismo, era una revolución que tenía mucho de espiritual, que proponía un modelo refractario al globalismo que en los próximos años iba a crecer y que no era una buena alternativa.

Desde entonces, soportando guerras, bloqueos, asesinatos y mala prensa, la Revolución Islámica se ha consolidado porque no es posible entender que persista si no fuera popular.

Cada nación que es hostigada durante tanto tiempo y perdura, es porque está en el corazón de su pueblo, sino las posibilidades de sostenerse en el Poder serían nulas.

Por ello se debe considerar lo que es Irán hoy, alejarse de preconceptos y analizar sus propuestas especialmente en el campo humanista. El pensamiento persa tiene una larga tradición y utiliza el factor tiempo como un aliado, todo Oriente sabe esperar, no apresura los tiempos y confía en que las cosas seguirán el curso deseado por Dios.

Desde una tierra donde la falta de Fe se ha instalado en la cultura superficial admiradora de las nuevas modas extranjeras del Primer Mundo, aunque no así en los genes populares, es difícil comprender el papel de una revolución religiosa antimperialista.

Es muy complejo salir del patrón que rige los pensamientos liberales especialmente enraizados en las últimas décadas, creyendo ser libres, ser felices, ser profundos y ser mejores, pensamientos que entran en crisis cuando chocan frontalmente con otros milenarios.

No se comprende la proclamada tolerancia cultural, tolerancia que se predica, pero no se emplea. Es muy difícil para un occidental entender el determinismo que guía la Revolución de Irán, sus valores y una paciencia donde el tiempo se siente, se comprende, se acepta y de esa manera se lo convierte en un aliado, algo extremadamente distante de lo que la premura occidental reclama.

Esa visión centralizada, pretendidamente cosmopolita, que en estos días impera en nuestro país, dificulta comprender el papel de la religión en la conformación de la cultura de un pueblo moderno y el entramado de conexiones con todos otros factores culturales que luego se expresan en usos y costumbres que se deben cristalizar en leyes.

La República Islámica de Irán ha conseguido mantener sus raíces, ser ella misma en consonancia con su pueblo, por eso molesta, por eso es un mal ejemplo y por eso es atacada impiadosamente.

Escrito por Marcelo Ramírez

Analista geopolítico

Director de contenidos de AsiaTV