Por: Maryam Qarehgozlou
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos reprende con dureza a los aliados europeos y promete reforzar el control de Washington sobre el Hemisferio Occidental, al tiempo que reduce el énfasis en China y Asia Occidental que había dominado evaluaciones previas.
El documento de 33 páginas, publicado el 4 de diciembre —y anclado en la doctrina “América Primero” de Donald Trump— marca una ruptura drástica con la NSS de 2022 emitida bajo la presidencia de Joe Biden.
Durante la administración Biden, China fue designada explícitamente como el principal desafío de la política exterior estadounidense, con Washington brindando un apoyo ruidoso a Taiwán, la isla autogobernada que pertenece a China bajo la política de “Una sola China”.
La nueva estrategia también sitúa la resolución de la guerra entre Rusia y Ucrania como un interés central de Estados Unidos, mientras utiliza un lenguaje notablemente más severo con sus aliados europeos tradicionales que con la propia Rusia —un giro agudo respecto del primer mandato de Trump, cuando Moscú era descrita como un rival geopolítico de primer orden.
La Estrategia de Seguridad Nacional que Trump publicó en su primer mandato —junto con la correspondiente Estrategia de Defensa Nacional— sentó las bases para el giro agresivo de Washington en política exterior, consolidó la competencia entre grandes potencias con China y Rusia, y enmarcó las relaciones globales a través de un prisma abiertamente confrontativo.
Entre otras prioridades, este documento de la Casa Blanca exige un reajuste profundo de la postura militar estadounidense, retirando fuerzas de Asia Occidental para concentrarse en garantizar lo que define como “intereses estadounidenses” y expandiendo operaciones militares en todo el Hemisferio Occidental bajo el pretexto de la lucha contra los estupefacientes.
Estas estrategias, que suelen emitirse una vez por mandato presidencial, proporcionan una hoja de ruta para la asignación del presupuesto federal y la fijación de prioridades de política pública.
A continuación se presenta un desglose de la estrategia y de su clara ruptura con las normas previas.
Sobre China
Las dos últimas Estrategias de Seguridad Nacional, incluida la publicada durante el primer mandato de Trump, elevaron la competencia con China al rango de prioridad absoluta de Washington, convirtiendo a Pekín en el rival central de la autodeclarada pugna estadounidense por la hegemonía global.
Pero en esta nueva NSS, la rivalidad con Pekín queda relegada notoriamente de la lista de prioridades principales, lo que indica un repliegue silencioso tras años de retórica confrontativa que se había mostrado contraproducente.
China deja de ser definida como “la amenaza principal”, “el desafío más trascendental”, “la amenaza de referencia” u otras etiquetas alarmistas que dominaron documentos estratégicos estadounidenses anteriores.
De forma llamativa, el documento elimina casi por completo cualquier marco ideológico respecto a China.
No hay narrativa de “democracia versus autocracia”, ni referencias a la defensa de un supuesto “orden internacional basado en normas”, ni cruzadas basadas en valores —solo cálculo estratégico y económico en bruto.
China aparece mencionada de forma escasa, y casi exclusivamente desde el prisma estrecho de las relaciones económicas y la cuestión de Taiwán, aunque con menor agresividad que en el pasado.
La competencia con China se presenta principalmente en términos económicos: el documento afirma que la pugna consiste en “ganar el futuro económico” y que lo económico constituye “la apuesta definitiva”.
Incluso al criticar las prácticas comerciales chinas, el texto aboga por “una relación económica realmente mutuamente ventajosa con Pekín”, en consonancia con la tregua comercial conciliadora que Trump y el presidente chino Xi Jinping anunciaron en octubre.
De manera destacada, el documento reconoce que la estrategia arancelaria “que comenzó en 2017” fracasó esencialmente, admitiendo que “China se adaptó” y “ha reforzado su control sobre las cadenas de suministro”.
Más que demostrar fortaleza, la nueva estrategia admite, en la práctica, que Estados Unidos ya no puede confrontar a China en solitario y propone construir una coalición económica que aporte una capacidad de presión que la economía estadounidense por sí sola ya no posee —una admisión implícita del declive del poder estadounidense.
Para avanzar en ese objetivo, el documento subraya la necesidad de reclutar aliados asiáticos como contrapeso a Pekín, destacando a India como pilar clave de esta estrategia.
“Debemos seguir mejorando las relaciones comerciales (y de otro tipo) con India para alentar a Nueva Delhi a contribuir a la seguridad del Indo-Pacífico”, afirma.
El texto describe los riesgos de que China tome Taiwán por la fuerza, aunque reduce el valor estratégico de la isla a su papel en la producción de semiconductores y el control de rutas marítimas críticas.
Asimismo, reconoce la creciente posibilidad de que Estados Unidos quede superado militarmente por China, al declarar que “disuadir un conflicto por Taiwán, idealmente preservando la superioridad militar, es prioritario”.
La palabra “idealmente” es reveladora: señala que semejante dominio ya no se da por sentado —es simplemente aspiracional.
El hecho de que la disuasión sobre Taiwán se describa solo como “prioritaria” sugiere además que ya no se la considera un imperativo estratégico supremo ni un interés vital nacional.
La nueva estrategia también presiona a los aliados del Indo-Pacífico para que asuman una mayor parte de la carga en la disuasión de un posible conflicto con China en el Estrecho de Taiwán.
Advierte que si los aliados de la “Primera Cadena de Islas” de EE.UU. no “dan un paso adelante y gastan —y, más importante aún, hacen— mucho más por la defensa colectiva”, podría surgir “un equilibrio de fuerzas tan desfavorable para nosotros que defender la isla resulte imposible”.
Sin embargo, como señaló Arnaud Bertrand, empresario y comentarista de economía y geopolítica, existe una “contradicción evidente” en el corazón de este enfoque:
“No está claro cómo se construye una coalición económica contra China mientras, simultáneamente, se libran guerras comerciales con los propios socios de esa coalición, se les exige que soporten mayores costos de defensa y se trata cada alianza como un acuerdo que debe renegociarse en beneficio de Estados Unidos”, escribió en X.
“En algún momento, estos ‘aliados’ plantearán una pregunta obvia: ¿por qué sacrificar nuestros intereses económicos para apuntalar a una América que ya no puede competir sola —y que nos ofrece cada vez menos a cambio?”

Dominio hemisférico
En la nueva estrategia queda confirmado el giro de Washington de regreso al Hemisferio Occidental (las Américas), consolidando una doctrina de dominio regional disfrazada de autodefensa nacional.
El documento pone un énfasis inusualmente intenso en el Hemisferio Occidental, definiendo toda la región principalmente a través del prisma de la “protección” del territorio estadounidense.
Sostiene que “la seguridad fronteriza es el elemento principal de la seguridad nacional”, mientras alude, de manera apenas velada, a los intentos chinos de adquirir posiciones estratégicas en lo que considera abiertamente el “patio trasero” de Estados Unidos.
“Estados Unidos debe ser preeminente en el Hemisferio Occidental como condición para nuestra seguridad y prosperidad —una condición que nos permite afirmarnos con confianza donde y cuando lo necesitemos en la región”, afirma el texto.
“Los términos de nuestras alianzas, y las condiciones bajo las cuales brindamos cualquier tipo de ayuda, deben supeditarse a la reducción de la influencia hostil externa —desde el control de instalaciones militares, puertos e infraestructura clave hasta la compra de activos estratégicos en sentido amplio.”
El documento enmarca estas ambiciones como una “corolario Trump” de la Doctrina Monroe —la política de 1823 articulada por el presidente James Monroe, según la cual EE. U. no toleraría interferencias europeas consideradas malignas en su hemisferio.
Para llevar a cabo este enfoque, la estrategia prevé reclutar socios regionales —incluidos gobiernos alineados con los “principios y estrategia” de EE. UU. y otros con perspectivas divergentes, pero intereses compartidos— para “controlar la migración, frenar los flujos de droga y reforzar la estabilidad y seguridad en tierra y mar”.
También exige reorientar los recursos militares estadounidenses desde otras partes del mundo hacia el Hemisferio Occidental “para hacer frente a amenazas urgentes”, señalando un retorno a la diplomacia de cañonero bajo una etiqueta moderna.
En la práctica, Estados Unidos ya ha desplegado su mayor presencia militar en las Américas en décadas, librando lo que Trump describe —sin prueba alguna— como una guerra contra “carteles de la droga”.
Desde principios de septiembre, las fuerzas estadounidenses han llevado a cabo más de 20 ataques letales contra embarcaciones en el Caribe, matando a más de 87 personas en el mar Caribe y el océano Atlántico.
Paralelamente, la administración ha intensificado drásticamente la presión sobre Venezuela, cuyo presidente izquierdista, Nicolás Maduro, ha sido falsamente acusado de narcotráfico, y ha amenazado abiertamente con realizar ataques militares terrestres “muy pronto”.
Maduro ha denunciado repetidamente los motivos ocultos de Washington, acusando a EE. UU. de buscar “cambio de régimen” en Caracas y acceso a la vasta riqueza petrolera venezolana.
Trump también ha aplicado su estrategia hemisférica respaldando abiertamente a fuerzas políticas de derecha en América Latina, incluido un préstamo prometido de 40 000 millones de dólares al presidente argentino Javier Milei.
A fines del mes pasado, intervino de manera dramática en la política hondureña, apoyando primero al candidato presidencial Nasry “Tito” Asfura del conservador Partido Nacional, y anunciando luego el indulto del expresidente Juan Orlando Hernández —también del mismo partido— condenado a 45 años en una prisión estadounidense por facilitar el tráfico de grandes cantidades de cocaína.
Salvador Nasralla, candidato centrista en las elecciones presidenciales de Honduras, arremetió públicamente contra Trump por injerencia electoral y lo calificó de “casi comunista”.
El presidente estadounidense ya había amenazado con cortar la ayuda a Honduras si Asfura no ganaba, y advirtió que habría “consecuencias infernales” si las autoridades alteraban los resultados.
Según los últimos informes, las autoridades electorales señalaron que habían contabilizado el 87 % de las papeletas, con un 17 % marcado por “inconsistencias” y sometido a revisión, informó Reuters.
Los datos de encuestas publicados el jueves daban a Asfura una estrecha ventaja del 40,27 % frente al 39,38 % de Nasralla, aunque analistas sostienen que el resultado sigue siendo altamente incierto.
Las autoridades tienen hasta el 30 de diciembre para presentar los resultados finales, informó Reuters.
Asia Occidental deja de ser una prioridad estratégica
El nuevo documento estratégico sostiene que Asia Occidental ha dejado de ocupar un lugar central en el pensamiento estratégico estadounidense, lo que indica una rebaja en la importancia de la región dentro de las prioridades globales cambiantes de Washington.
Afirma que los factores tradicionales que convirtieron históricamente a la región en una piedra angular de la política exterior estadounidense —la producción energética y los conflictos arraigados— “ya no se sostienen”, pese a décadas de intervención militar, política y económica de Estados Unidos que contribuyeron directamente a moldear esas dinámicas.
Si bien reconoce abiertamente su persistente interés en los vastos recursos naturales de la región, la estrategia también sostiene que, a medida que crece la producción energética doméstica, “el motivo histórico de Estados Unidos para centrarse en Oriente Medio (Asia Occidental) irá desvaneciéndose”.
El documento minimiza además la desestabilización provocada por el régimen israelí en Asia Occidental, alegando que la violencia está disminuyendo y señalando el frágil alto el fuego en Gaza, mientras simultáneamente justifica y defiende sus ataques ilegales de junio contra sitios nucleares iraníes —golpes que afirmó sin fundamento que “degradaron significativamente” el programa nuclear pacífico de Teherán.
“El conflicto sigue siendo la dinámica más problemática de Oriente Medio, pero hoy es menos preocupante de lo que los titulares sugieren”, sostiene el documento.
El corazón de este enfoque no es la retirada, sino la recalibración: plantea una mayor inversión y una penetración económica más profunda en la región, asegurando que Asia Occidental “se convertirá cada vez más en fuente y destino de inversión internacional, y en industrias que van mucho más allá del petróleo y el gas —incluyendo energía nuclear, IA y tecnologías de defensa—”.
La estrategia llega al extremo de presentar la región como “un espacio emergente de asociación, amistad e inversión”, enmascarando con un lenguaje de oportunidad comercial la realidad de guerra, ocupación e inestabilidad auspiciada desde el exterior.
En realidad, Asia Occidental permanece sumida en crisis y violencia continuas, gran parte de ellas impulsadas por el régimen israelí y sostenidas por el apoyo militar y diplomático constante de Estados Unidos.
A pesar del llamado alto el fuego en Gaza, los ataques israelíes se han mantenido casi a diario, causando la muerte de cientos de palestinos desde la entrada en vigor de la tregua el 10 de octubre.
En la Cisjordania ocupada, las redadas de colonos y militares contra comunidades palestinas se han intensificado, profundizando un sistema ya arraigado de represión y desplazamiento.
Israel también ha aumentado sus bombardeos sobre Líbano, elevando el temor de una nueva ofensiva militar de gran escala destinada a desarmar y desmantelar al Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá).
En Siria, un año después del colapso del gobierno del expresidente Bashar al-Asad, Israel ha continuado con incursiones y ataques aéreos para ampliar su dominio militar en el sur del país más allá de los Altos del Golán ocupados.
Estados Unidos, por su parte, sigue profundamente atrincherado en la región, manteniendo una presencia militar activa en Siria, Irak y el Golfo Pérsico.
La NSS reconoce abiertamente que Washington continúa viendo la región como estratégicamente vital, priorizando la “seguridad de Israel” y la protección de los flujos energéticos y las rutas marítimas —intereses básicos que han impulsado por décadas su intervencionismo.
El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, Esmail Baqai, afirmó el domingo que la nueva Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense es, en esencia, un plan de seguridad para el régimen israelí, que no menciona en absoluto los derechos del pueblo palestino.
El documento también promete poner fin al “experimento equivocado de Estados Unidos de sermonear” a las monarquías del Golfo Pérsico —como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU)— para que “abandonen sus tradiciones”, señalando un retorno a alianzas acríticas con socios autoritarios.
Trump ha desarrollado importantes intereses financieros personales en la región y este año realizó una gira por varios Estados de Asia Occidental.
Posteriormente recibió en la Casa Blanca al príncipe heredero saudí, Muhamad bin Salman, en su primera visita desde el asesinato del periodista estadounidense Jamal Khashoggi, un suceso que provocó condena internacional.
Durante ese encuentro, Trump expresó abiertamente su disposición a pasar por alto graves violaciones de derechos humanos, descartando el brutal asesinato y descuartizamiento del columnista del Washington Post en 2018 con la frase “son cosas que pasan”.
Duras críticas a Europa
La estrategia reserva parte de su lenguaje más severo para Europa, retratando al continente como enfrentado a una “aniquilación civilizatoria” a causa de la inmigración y criticando a sus líderes por presidir un presunto colapso social.
Afirma que Estados Unidos fomentará activamente la “resistencia” frente a los estamentos políticos europeos, asegurando que muchos gobiernos del continente “pisotean principios básicos de la democracia para reprimir a la oposición”, incluso mientras Washington enfrenta críticas crecientes por su propio retroceso democrático.
Estas posturas desataron reacciones inmediatas entre dirigentes europeos.
Carl Bildt, ex primer ministro sueco, escribió en redes sociales que la Estrategia de Seguridad Nacional “se sitúa a la derecha de la extrema derecha europea”.
En febrero, el vicepresidente JD Vance reprendió a funcionarios alemanes por intentar frenar el ascenso de la extrema derecha en su país.
Esta retórica surge mientras Trump ha actuado con creciente agresividad para reprimir voces críticas con Israel dentro de Estados Unidos y ha ordenado al Departamento de Justicia actuar contra sus adversarios políticos internos.
El documento también arremete contra las “expectativas poco realistas” de los líderes europeos sobre la guerra entre Rusia y Ucrania, a la vez que afirma que Washington tiene un “interés fundamental” en resolverla en sus propios términos.
Llama la atención la escasa crítica directa hacia Moscú, algo que especialistas interpretan como otra señal de la adaptación de Trump al nuevo orden mundial en ascenso, dominado por economías emergentes.
Una propuesta respaldada por Washington para poner fin a la guerra —que permitiría a Rusia retener amplias zonas del este de Ucrania— generó inusuales reproches públicos por parte de algunos líderes europeos el mes pasado.
La estrategia también indica que Washington podría replantearse el paraguas de seguridad que durante décadas ha extendido sobre Europa.
En lugar de ello, plantea que Estados Unidos se centrará en “permitir que Europa se sostenga por sí misma y opere como un conjunto de naciones soberanas alineadas, asumiendo la responsabilidad principal de su propia defensa, sin quedar dominada por ninguna potencia adversaria”, según señala la NSS.
Incluso sugiere que “a largo plazo, es más que plausible que, como muy tarde en unas décadas, ciertos miembros de la OTAN pasen a ser mayoritariamente no europeos”.
Reuters informó el viernes que Estados Unidos ha fijado 2027 como fecha límite para que los miembros europeos de la OTAN asuman una mayor responsabilidad en las capacidades defensivas del bloque, incluyendo inteligencia y producción de misiles.
Según el reporte, funcionarios del Pentágono advirtieron esta semana a varias delegaciones europeas que, si no cumplen el plazo de 2027, Washington podría reducir su participación en determinadas actividades de defensa dentro de la OTAN.
El periodista Kit Klarenberg señaló en X que el objetivo declarado del documento de “poner fin a la percepción, y prevenir la realidad, de que la OTAN es una alianza en expansión perpetua” enfurecerá al gobierno británico.
“NATO es un mecanismo clave mediante el cual Reino Unido —empobrecida, militarmente indefensa, geopolíticamente irrelevante— mantiene sus ilusiones de potencia global, y su posición preponderante dentro de la alianza le otorga una influencia desproporcionada y discreta sobre otros miembros, incluidos los Estados Unidos”, escribió.
En resumen
Según la nueva NSS, un “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe pasa a ser el eje de la gran estrategia estadounidense en la región y en el mundo.
China es degradada de amenaza existencial a competidor económico, y la disuasión sobre Taiwán se formula como un objetivo “ideal”, pero condicionado a que los aliados paguen su parte.
Mientras que el Indo-Pacífico queda relegado a un plano secundario, el hemisferio occidental y el territorio estadounidense se sitúan en la cúspide de las prioridades de Washington.
Estados Unidos deja de presentarse como cruzado global en defensa de la democracia, renunciando incluso al pretexto retórico de exportar valores o imponer modelos políticos en el exterior.
Los aranceles se reconocen discretamente como un fracaso, y el énfasis se desplaza hacia presiones económicas multilaterales.
Expertos describen este giro como el cambio estratégico más significativo desde 1945: el tránsito de un “policía global” hacia una potencia fortificada y centrada en su propio hemisferio.
Bajo este marco, se espera que los aliados asuman una mayor carga financiera y de seguridad, mientras Estados Unidos concentra sus esfuerzos en reconstruirse internamente.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV
