Publicada: martes, 9 de diciembre de 2025 9:06

La publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 (NSS 2025) por la Administración Trump no se limita a una actualización técnica.

Representa la manifestación más clara de una reorientación profunda de la política exterior estadounidense, en la que el principio de ‘Estados Unidos primero’ se traduce en un pragmatismo calculado y en una redistribución global de responsabilidades. Para Asia Occidental, y en particular para Irán, el documento de 33 páginas plantea un escenario de doble filo: por un lado, una relativa desvinculación estratégica de Washington, y por otro, la consolidación de una política de contención delegada complementada por intervenciones militares selectivas.

La NSS 2025 adopta una retórica clara al declarar el fin de la era de las ‘guerras interminables’ y de los proyectos de construcción de Estados. Estados Unidos ya no busca una presencia militar abrumadora en Oriente Medio, pero sí pretende garantizar la protección de lo que define como intereses vitales: impedir que potencias hostiles, en particular Irán, controlen las rutas energéticas del Golfo, mantener abiertos los estrechos de Ormuz y Bab el-Mandeb, y asegurar la seguridad de Israel. 

En este marco, Irán es identificado como el “principal factor de desestabilización”, aunque el documento añade un matiz relevante: su capacidad de amenaza ha sido ‘significativamente debilitada’ tras las operaciones militares posteriores al 7 de octubre de 2023 y el ataque denominado ‘Martillo de Medianoche’ contra su programa nuclear en junio de 2025. Esta observación no es menor; establece el fundamento de un enfoque que, si bien mantiene una hostilidad persistente, busca gestionar el desafío iraní con un coste directo menor para Washington.

La arquitectura de la contención delegada

El eje de la nueva estrategia estadounidense en Asia Occidental es la externalización de la responsabilidad de contención. La NSS 2025 establece a Israel y al bloque suní del Golfo como la primera línea para gestionar a Irán, reservando para Estados Unidos el papel de garante último y proveedor de apoyo estratégico. Este modelo, calificado por algunos analistas como “realismo flexible”, permite a Washington reducir su presencia militar directa mientras mantiene una red de influencia regional.

El reequilibrio implica un cambio doctrinal relevante: la presión por el cambio de régimen se diluye en favor de un pragmatismo transaccional. El documento enfatiza el abandono del “desafortunado experimento estadounidense de presionar a estas naciones para que modifiquen sus tradiciones y formas de gobierno”. En la práctica, esto sugiere que Washington está dispuesto a cooperar con gobiernos regionales que adopten una postura funcional en materia de seguridad y estabilidad, siempre que contribuyan a contener a Irán y proteger las rutas energéticas estratégicas.

Para Teherán, el mensaje es doble. Por un lado, se reduce la amenaza de un intento directo de Washington por desestabilizar la República Islámica. Por otro, se consolida un cerco regional más cohesionado, menos permeable a presiones externas y centrado exclusivamente en limitar las capacidades duras de Irán, nuclear, misilística y de influencia regional, sin intentar redefinir sus estructuras internas.

Escenarios de conflicto: la amenaza de la guerra quirúrgica

Una lectura atenta del documento permite calibrar los riesgos reales de confrontación. La probabilidad de una guerra total y directa entre Estados Unidos e Irán se considera baja, ya que contradice la esencia de una estrategia que busca desentenderse de nuevos conflictos abiertos para concentrarse en la competencia con China. El supuesto de que el programa nuclear iraní ha sido degradado refuerza esta lógica de desescalada.

Sin embargo, el riesgo se desplaza a un segundo nivel, más limitado pero más verosímil, el de los ataques militares puntuales y selectivos. Al presentar operaciones como el ‘Martillo de Medianoche’ como un ‘éxito estratégico’, la NSS 2025 normaliza este tipo de acción como una herramienta política legítima y repetible. El mensaje subyacente es claro: Washington descarta la invasión, pero mantiene sobre la mesa la opción de golpes quirúrgicos contra infraestructuras críticas iraníes si Teherán cruza las líneas rojas establecidas, especialmente aquellas relacionadas con el cierre del Estrecho de Ormuz o un avance irreversible en su programa nuclear. Por tanto, el escenario más plausible no es ni la guerra total ni la reconciliación, sino la continuidad de una contención tensa salpicada por episodios de ataques de alta precisión.

Desafíos y oportunidades para Irán en la nueva ecuación

Esta estrategia plantea un dilema complejo para Irán, pero al mismo tiempo abre espacios de maniobra. La principal ventaja para Washington —repartir la carga entre aliados— es también su punto débil. 

Al trasladar el peso operativo y político sobre Israel y los estados árabes del Golfo, la estrategia les asigna los costes económicos, los riesgos de seguridad y la presión de la opinión pública. La capacidad de Irán para incrementar estos costes mediante el fortalecimiento de sus aliados regionales, el desarrollo de capacidades disuasorias asimétricas o la explotación de fracturas dentro del bloque suní puede erosionar la voluntad de sus rivales para actuar como punta de lanza permanente.

En el plano interno, la narrativa oficial iraní sostiene que la NSS 2025 “busca permitir la dominación de Israel en la región” y evidencia la arrogancia de Washington al erigirse en juez. No obstante, el hecho de que el documento ya no considere a Irán como un “punto crítico” central de la política exterior estadounidense, un lugar ahora ocupado por la competencia con China y la consolidación hemisférica, puede leerse como un reconocimiento tácito de la resiliencia y permanencia del Estado iraní. Este reposicionamiento ofrece a Teherán un margen para reforzar su pivot hacia alianzas alternativas, incluyendo la asociación estratégica con China y Rusia, en un contexto de creciente multipolaridad.

El riesgo más relevante a largo plazo para Irán podría ser de naturaleza económica. La NSS 2025 plantea el futuro de Oriente Medio no solo como un campo de conflicto, sino también como un destino para inversiones en energía, defensa e inteligencia artificial. Si la República Islámica permanece etiquetada como una “amenaza de seguridad”, corre el riesgo de quedar marginada de las dinámicas de inversión y desarrollo tecnológico que podrían configurar la región en las próximas décadas.

Conclusión

La NSS 2025 cristaliza la transición de Estados Unidos desde una hegemonía basada en el liderazgo directo y la promoción de valores hacia una hegemonía de gestión, más austera y calculadora. Para Irán, esto se traduce en un entorno estratégico paradójico. La presión militar directa e inmediata de Washington disminuye, pero se consolida un cerco regional más sólido y se legitima el uso de la fuerza en modalidades de alta precisión.

La estrategia apuesta por confinar a Irán en un estado de ‘defensa perpetua’, incapaz de reconstruir con tranquilidad sus capacidades de disuasión o proyectar su influencia. El éxito de este diseño, sin embargo, no está garantizado. Depende de la frágil cohesión de una coalición regional con intereses no siempre convergentes y de la capacidad de disuasión asimétrica de Teherán. 

En última instancia, la NSS 2025 no resuelve el ‘problema iraní’, sino que lo subcontrata. El resultado es un equilibrio inestable, donde la amenaza de la guerra total cede el paso a la persistente sombra de la guerra limitada y donde el principal campo de batalla ya no es solo el territorio, sino la voluntad y la resiliencia de los actores regionales a los que Washington ahora delega su poder.

Por Xavier Villar