Este miércoles, la Cámara de los Comunes inició cinco días de intensos debates que desembocarán, el 15 de enero, en la votación quizás más importante del último medio siglo del Reino Unido.
Pero la importancia del Brexit para el presente y el futuro de los británicos, no es motivo suficiente para crear consenso político al respecto.
Los argumentos se repiten. Desde noviembre, la primera ministra busca la aprobación del Parlamento. Pero no tiene apoyo unánime ni en su propio partido. En diciembre, May decidió posponer la votación parlamentaria del pacto, después de que quedó claro que sería derrotado.
A tres meses de la fecha de salida, el 29 de marzo, la Unión Europea descarta toda nueva negociación. Y la oposición arrincona al Gobierno para que se rinda.
Theresa May descarta nuevas elecciones, de la misma forma que descarta un nuevo referéndum. Y si el pacto es rechazado, Gran Bretaña se arriesga a salir de la Unión Europea, el 29 de marzo, sin un acuerdo vigente. Un escenario temido por Londres y Bruselas por igual.
Ante este panorama, los parlamentarios británicos están haciendo lo posible para complicar el Brexit duro.
Eso incluye legislación para obligar al gobierno a presentar un plan B en el plazo de tres días, si el acuerdo es rechazado, con la posibilidad de presentar enmiendas a dicho plan B, incluyendo la convocatoria a un segundo referéndum, hasta descartar el riesgo de un Brexit sin acuerdo.
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