Publicada: viernes, 31 de octubre de 2025 13:23

El conflicto sudanés se ha convertido en el epicentro de una pugna por la influencia en el mundo islámico, observada desde Teherán como parte de un proceso más amplio de reajuste estratégico en el suroeste asiático y el Cuerno de África.

Por: Xavier Villar

A dos años y medio del estallido del conflicto en Sudán, la guerra civil ha mutado en un escenario de rivalidades internacionales que desborda sus fronteras y amenaza con redibujar el mapa político del mar Rojo y del Cuerno de África. Lo que comenzó como una disputa interna entre el Ejército sudanés (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) se ha transformado en una guerra por poderes donde las potencias regionales miden su peso y su visión del orden islámico.

Los informes sobre la instalación de una base militar emiratí en el este de Chad, junto con la sofisticación creciente del armamento de las RSF, han confirmado que Sudán es hoy el punto de fricción más intenso de una competencia geopolítica que enfrenta a dos modelos de proyección regional: el eje emiratí-israelí, respaldado por Washington, y quienes —como Irán, Turquía o Catar— abogan por una estructura regional más autónoma.

Desde Teherán, este proceso se observa con atención y cautela. Las autoridades iraníes interpretan la guerra de Sudán no como un conflicto aislado, sino como un episodio dentro de un reajuste mayor del sistema regional. En el discurso oficial, el enfrentamiento refleja el agotamiento del orden de seguridad diseñado por las potencias occidentales y la búsqueda de un equilibrio más plural entre los países musulmanes. Sin embargo, Irán ha optado por una estrategia de contención discreta, evitando cualquier implicación directa y apostando por la diplomacia multilateral como instrumento de influencia.

El nuevo escenario: bases militares y rearmes cruzados

A finales de 2025, Sudán atraviesa la fase más crítica del conflicto. Las RSF, reforzadas por un flujo constante de apoyo externo, controlan la mayor parte de Darfur, Kordofán y zonas estratégicas de la capital. El Ejército sudanés, en cambio, ha logrado recomponerse gracias al apoyo logístico de Egipto y a una limitada coordinación con actores internacionales que ven con preocupación la expansión del eje emiratí-israelí.

La confirmación de actividades en la base aérea de Amdjeress, en el este de Chad, marca un punto de inflexión. Imágenes satelitales analizadas por el Centro de Estudios Estratégicos de África muestran la ampliación de las instalaciones, con nuevas pistas de aterrizaje y hangares blindados. Desde allí, los Emiratos Árabes Unidos —según informes de la ONU— estarían coordinando el envío de suministros militares a las RSF operando con impunidad en el espacio aéreo sudanés.

La estrategia emiratí-israelí: control del mar Rojo y aislamiento iraní

La implicación de Emiratos Árabes Unidos e Israel en el conflicto obedece a una lógica estratégica de largo alcance. Sudán es la pieza central de un proyecto de conectividad regional destinado a garantizar el control de las rutas comerciales y energéticas del mar Rojo.

Tres objetivos resumen esta estrategia:

  1. Control permanente del corredor del mar Rojo
    La instalación de un gobierno afín en Port Sudan ofrecería acceso privilegiado a una vía marítima esencial. Los Emiratos han invertido más de 6000 millones de dólares en infraestructura portuaria en Eritrea, Somalilandia y Sudán, con el fin de proyectar poder naval desde el Golfo Pérsico hasta el canal de Suez.
  2. Aislar a Irán
    En documentos filtrados de fuentes israelíes, Sudán aparece descrito como “el eslabón perdido” del cerco estratégico contra Teherán. Un régimen dependiente, o influido por Israel, consolidaría el eje anti-Iraní en el flanco sur del mundo árabe, limitando la capacidad de Irán para proyectar influencia hacia África.
  3. Activar el Corredor Económico
    El llamado Corredor de Ben Gurion, respaldado por inversiones emiratíes de más de 15 000 millones de dólares, busca conectar los puertos del Golfo Pérsico con el Atlántico africano mediante una red de ferrocarriles, gasoductos y fibra óptica. Su viabilidad depende, no obstante, de la estabilización política de Sudán.

La respuesta iraní: equilibrio, diplomacia y contención

Frente a este escenario, Irán mantiene una postura cautelosa. Su estrategia combina la retórica diplomática con una presencia indirecta, evitando un involucramiento militar que pueda desembocar en una confrontación abierta, como las observadas en otros frentes. Sin embargo, algunas informaciones apuntan a un papel más activo, en particular a través de apoyo político y logístico al Gobierno, con el propósito de contribuir a la estabilización interna del país, aunque Teherán no ha confirmado oficialmente estos extremos.

El análisis desde Teherán se sostiene en tres pilares:

  • Crítica a la doble moral occidental.
    El Ministerio de Exteriores iraní denuncia la contradicción de unas potencias que se presentan como garantes del orden internacional mientras alimentan un conflicto devastador. Desde Irán se ha calificado la guerra de Sudán como “una herida abierta mantenida por la indiferencia selectiva del Consejo de Seguridad”.
  • Defensa del principio de soberanía.
    Teherán insiste en reconocer la autoridad del gobierno legítimo de Sudán frente a milicias armadas sostenidas desde el exterior, una postura que encaja en su doctrina de “resistencia diplomática” frente a la injerencia occidental.
  • Impulso de marcos regionales.
    Irán promueve una salida política dentro de estructuras como la Organización para la Cooperación Islámica, apostando por soluciones regionales que excluyan la tutela de las potencias extrañas al mundo islámico.

Nuevas alianzas y viejas rivalidades

La guerra en Sudán ha alterado los equilibrios regionales:

  • Egipto refuerza su apoyo a las SAF, viendo en las RSF una amenaza directa a su seguridad y al control de las aguas del Nilo.
  • Arabia Saudí, pese a su cercanía con Abu Dabi, mantiene reservas sobre las consecuencias de un Sudán fragmentado, especialmente por el riesgo del tráfico de armas hacia la península.
  • Turquía y Catar, preocupados por la expansión de la influencia emiratí-israelí, han explorado discretas formas de cooperación militar con Egipto, lo que sugiere un reordenamiento inédito de alianzas en el mundo suní.

El coste humano de la geopolítica

El conflicto ha desatado una de las mayores catástrofes humanitarias del siglo XXI, junto con el genocidio en Palestina, un colapso sistémico que ha borrado décadas de desarrollo y sumido a la población en una lucha diaria por la supervivencia. Las cifras de Naciones Unidas, actualizadas a octubre de 2025, dibujan un panorama desolador: más de 12 millones de personas desplazadas —equivalente a la población total de países como Bélgica o Cuba— y 25 millones de sudaneses enfrentando inseguridad alimentaria aguda, de los cuales cerca de 8 millones se encuentran en nivel de emergencia, un paso previo a la hambruna.

El sistema sanitario ha colapsado en el 80 % del territorio, según confirman los últimos informes de la Organización Mundial de la Salud. Solo uno de cada cinco centros de salud permanece operativo, y estos carecen de medicamentos esenciales, equipamiento básico y personal cualificado. Los brotes de cólera y malaria se extienden sin control a través de un país donde el 60% de la infraestructura de agua potable ha sido destruida o dañada irreversiblemente. En Darfur Occidental, la tasa de mortalidad infantil ha superado el umbral de emergencia, con dos niños menores de cinco años muriendo cada hora por causas prevenibles relacionadas con la desnutrición y enfermedades infecciosas.

El sistema educativo lleva más de dos años paralizado, afectando a una generación completa de 19 millones de niños y jóvenes sudaneses. Unicef alerta en su último balance que Sudán enfrenta la mayor crisis educativa del mundo, con el 90 % de los niños en edad escolar sin acceso a educación formal. Esta brecha generacional, advierten los expertos, tendrá consecuencias devastadoras para la reconstrucción futura del país.

En amplias regiones del país, el Estado ha dejado literalmente de existir. La autoridad central se ha desvanecido en territorios que representan aproximadamente el 65 % del territorio nacional, siendo reemplazada por una compleja red de milicias, administraciones tribales y comités populares que intentan llenar el vacío de poder. En ciudades como Nyala o El Obeid, los servicios básicos —recolección de basura, suministro eléctrico, mantenimiento de carreteras— llevan más de 30 meses interrumpidos, creando condiciones de vida que organizaciones humanitarias describen como “apocalípticas”.

La economía formal ha desaparecido, con una inflación interanual que supera el 400 % y una moneda local que ha perdido el 95% de su valor desde el inicio del conflicto. El Programa Mundial de Alimentos estima que el 90 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, forzando mecanismos de supervivencia extremos que incluyen el trabajo infantil, los matrimonios forzados y la venta de los últimos activos familiares.

La comunidad internacional enfrenta limitaciones sin precedentes para responder a esta catástrofe. Los ataques sistemáticos contra trabajadores humanitarios —358 incidentes graves documentados en lo que va de año— y las restricciones burocráticas impuestas por los beligerantes han paralizado las operaciones de ayuda en las zonas más críticas. Solo el 15% del llamamiento humanitario para Sudán en 2025 ha sido financiado, reflejando lo que muchos analistas denominan "la fatiga de los donantes" en un escenario global saturado de crisis.

Esta crisis multidimensional representa no solo una tragedia humana de escala monumental, sino también un fracaso colectivo de la arquitectura internacional de protección de civiles creada después de la Segunda Guerra Mundial. Cada día que persiste el conflicto, Sudán se hunde más profundamente en una espiral de la que, según advierten los especialistas en construcción estatal, podría tomar décadas recuperarse.

Conclusión: un espejo del cambio regional

La guerra en Sudán ha dejado de ser una crisis local para convertirse en el laboratorio donde se redefine el equilibrio de poder en el mundo islámico y el espacio del mar Rojo.
Desde Teherán, se percibe como un conflicto paradigmático: un espejo en el que se proyectan las tensiones entre soberanía y dependencia, entre integración regional y tutela externa.

Para Irán —y para buena parte de la región— el desenlace de esta guerra marcará no solo el futuro de Sudán, sino también el sentido de las transformaciones estratégicas que, desde el Golfo Pérsico hasta el Mediterráneo, están configurando un nuevo mapa del poder en Asia Occidental.