Publicada: sábado, 3 de mayo de 2025 17:27

Durante la campaña electoral en Canadá, Mark Carney, exbanquero central convertido en novato político, declaró: Soy más útil en tiempos de crisis. No soy tan bueno en tiempos de paz.

Por: Hamid Javadi *

Estas palabras resonaron en todo el país, atrapado en una crisis que no había provocado, pero que fue encendida por su vecino del sur y principal socio comercial: los Estados Unidos.

La victoria de Carney en las elecciones federales marcó un giro dramático en la suerte del Partido Liberal, que meses antes iba rezagado frente a los conservadores por casi 30 puntos en las encuestas. Ese déficit reflejaba un profundo desgaste de un gobierno liberal que se acercaba a su segunda década en el poder.

Entonces ocurrió el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, reactivando sus aranceles emblemáticos y lanzando incluso amenazas de anexión. Los liberales supieron capitalizar el momento, cabalgando sobre la ola de rechazo a la beligerancia de Trump hasta las urnas.

La repentina dimisión del ex primer ministro Justin Trudeau y las maniobras comerciales agresivas de Trump transformaron por completo el relato político. En ese vacío emergió Carney, presentándose como la mano firme más adecuada para conducir al país en medio de la tormenta geopolítica en ciernes.

La elección se transformó rápidamente en un referéndum sobre el propio Trump, sobre quién podía enfrentarlo con mayor convicción, o al menos convencer a los canadienses de que eran capaces de plantar cara al poderoso vecino del sur.

Incluso mientras se depositaban los votos, Trump instaba a los canadienses a “elegir al hombre” que pudiera convertir a Canadá en “el estado número 51”, una frase ampliamente interpretada como una referencia a sí mismo.

 

Las elecciones de 2025 se convirtieron así en apenas la tercera ocasión en la historia de Canadá en la que las relaciones con Estados Unidos emergieron como el factor decisivo.

En 1911, los liberales del primer ministro Wilfrid Laurier sufrieron una derrota humillante tras impulsar un acuerdo de “reciprocidad” con EE.UU. que habría eliminado la mayoría de los aranceles agrícolas.

Aunque se concebía como una vía para dinamizar el comercio transfronterizo, el acuerdo desató temores de que los lazos de Canadá con el Reino Unido estaban en riesgo, avivando el espectro de una anexión estadounidense. Tras ello, el libre comercio con EE.UU. desapareció del discurso político serio durante décadas.

Décadas después, en 1988, los canadienses abrazaron la integración económica bajo el primer ministro Brian Mulroney, el arquitecto conservador de un ambicioso tratado comercial con el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan.

Pese a las advertencias liberales sobre una posible pérdida de soberanía nacional, el mensaje librecomercista de Mulroney encontró eco y acabó por traducirse en una victoria.

El regreso de Trump al Despacho Oval reavivó ese debate centenario.

Sin embargo, Canadá nunca ha desviado del todo su mirada económica de Estados Unidos. Desde su fundación en 1867, el país ha aprovechado sus ricos recursos naturales y su ubicación estratégica para consolidarse como nación comerciante.

Durante el primer mandato de Trump, Canadá afrontó unas tensas negociaciones del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) bajo la amenaza de aranceles, lo que derivó en la revisión del acuerdo y la firma del T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá). Pese al pulso de alto riesgo, Canadá logró preservar sus intereses económicos esenciales.

Pero esta vez, Trump, envalentonado, impredecible y aparentemente despojado de cualquier apego al precedente, elevó exponencialmente las apuestas. Para los canadienses, la elección se volvió clara: soberanía o sumisión.

Carney enmarcó la campaña como una lucha por la supervivencia nacional. Frente a la retórica amenazante de Trump y sus medidas económicas punitivas, trazó una línea infranqueable.

El mensaje caló.

 

Los liberales aplastaron a los conservadores, encabezados por el veterano político Pierre Poilievre. Su eslogan, “Canadá Primero”, se asemejaba demasiado al “Estados Unidos Primero” de Trump, lo cual alienó a amplios sectores del electorado. Aunque centró su campaña en asuntos domésticos como la inflación y la crisis de vivienda, su mensaje se percibió vacío ante el temor creciente a la injerencia estadounidense y a una posible anexión.

El grito de campaña de Carney —“Canadá Fuerte”— resultó mucho más movilizador.

Su triunfo podría marcar un nuevo capítulo en la compleja relación histórica entre Canadá y su vecino del sur. En su discurso de victoria, no tardó en anunciar un cambio sísmico en el tono diplomático.

“Nuestra antigua relación con Estados Unidos, una relación basada en una integración creciente y constante, ha terminado”, declaró.

Y lanzó una advertencia con claridad contundente: “EE.UU. quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país”, alertó. “El presidente Trump intenta quebrarnos para poder poseernos. Eso jamás sucederá”.

Al frente del cuarto mandato consecutivo del Partido Liberal, Carney enfrenta un desafío definitorio: defender la estabilidad económica y la soberanía de Canadá frente a un presidente estadounidense envalentonado y volátil.

Aunque por ahora ha ofrecido pocos detalles, Carney ha manifestado su intención de diversificar el panorama comercial canadiense. Esto incluye reforzar vínculos con el Reino Unido y Europa, así como mantener aranceles de represalia contra importaciones estadounidenses.

Su primera visita internacional, a Europa, subrayó su compromiso con aprovechar el acuerdo de libre comercio existente con la Unión Europea.

Carney también ha puesto énfasis en eliminar barreras comerciales internas y en aumentar las inversiones en vivienda e infraestructura para fortalecer la resiliencia económica de Canadá.

Si bien está abierto a negociar un nuevo acuerdo comercial con Washington, Carney ha dejado claro: Canadá avanzará en sus propios términos, no en los términos de Estados Unidos.

 

Los embates económicos de Trump ya han comenzado a surtir efecto. Fábricas canadienses han cerrado, se han perdido empleos y ha resurgido con fuerza el orgullo nacional.

Sectores como el automotriz, el aluminio y el acero han sido blanco de aranceles, con nuevas tarifas sobre autopartes en el horizonte. En respuesta, Canadá ha impuesto sus propios gravámenes y ha cobrado fuerza un movimiento de “Compre canadiense”, que llama a boicotear productos estadounidenses.

Pero Trump no es la única preocupación de Carney.

En el plano interno, el flamante primer ministro enfrenta múltiples crisis latentes que amenazan con erosionar la confianza pública:

La crisis habitacional, el creciente costo de vida y las presiones derivadas de una alta inmigración han dejado a muchos canadienses frustrados y exhaustos con el liderazgo liberal.

Carney ha prometido reformas de gran calado. Ante sus seguidores exultantes, el martes por la mañana, aseguró que su gobierno “hará cosas que antes se creían imposibles a velocidades que no hemos visto en generaciones”.

En ningún ámbito esa urgencia es más palpable que en el sector de la vivienda. Con una demanda que supera con creces la oferta, su administración enfrenta una carrera contrarreloj para construir más viviendas mientras sortea escollos económicos y medioambientales.

Mientras tanto, la inflación sigue asfixiando los presupuestos familiares.

 

La afirmación audaz de Carney —“podemos darnos mucho más de lo que los estadounidenses podrían quitarnos jamás”— resume la esencia de su misión: resistir la coerción externa y reconstruir la confianza interna.

Su capacidad para cumplir en ambos frentes definirá no solo su legado, sino el futuro del Partido Liberal en un Canadá cada vez más polarizado.

Estas elecciones también podrían ser indicativas de una reacción global más amplia contra el populismo al estilo Trump.

El año pasado, votantes de todo el mundo expulsaron a gobiernos centristas mientras los partidos de derecha ganaban terreno en lugares como Austria y Francia. Canadá parecía encaminarse hacia esa ola, hasta que el factor Trump cambió el guion.

Resta ver si Carney podrá realmente blindar a Canadá de los embates económicos y geopolíticos de Trump. Pero su respuesta a ese desafío determinará la trayectoria de las relaciones entre EE.UU. y Canadá en los años venideros.

* Hamid Javadi es un periodista y analista iraní de trayectoria, radicado en Teherán.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.