La destitución de la primera líder democráticamente elegida y la escalada de tensiones regionales fueron algunos de los hechos más transcendentales.
Corea del Sur comenzó el 2017 sumergido en una crisis interna por la corrupción de la clase política, una situación que ya había llevado a la presidenta del país, Park Geun-hye, a un juicio político. Pero que también involucró a una de las mayores firmas de tecnología, Samsung. Cuyo líder de facto y heredero fue llevado ante el juicio por corrupción y tráfico de influencias.
La indignación por los casos de corrupción creció entre los ciudadanos. Fue en febrero cuando decenas de miles de surcoreanos salieron a las calles para pedir una salida acelerada de la mandataria.
Por fin en marzo, la Justicia llegó a un resultado. Por consenso, y bajo una tremenda presión popular, el Tribunal Constitucional (TC) aprobó la destitución de la presidenta.
Miles celebraron su victoria aunque también se registraron protestas y choques con los partidarios de la exmandataria.
El país ya vivía un caos en el ámbito político cuando otro suceso aumentó las tensiones. El sistema de Defensa Terminal de Área a Gran Altitud estadounidense (THAAD, por sus siglas en inglés) llegó a Corea del Sur. Hecho que provocó la preocupación de China y una indignación social.
Pero el cambio estaba por llegar. Moon Jae-in del Partido Democrático, ganó las elecciones presidenciales. Un veterano de la lucha por los derechos humanos favorable a un acercamiento con Corea del Norte, obtuvo más del 41 por ciento de los votos.
Aunque el mandatario electo era un partidario de acercamiento a Corea del Norte, no se notó ningún cambio al respecto. Las maniobras conjuntas con EE.UU. siguieron. Y parece que la Península coreana aun se ve bastante lejos de lograr estabilidad mientras las movilizaciones militares no cesan.
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