Se calcula que en EE.UU. hay entre siete y once millones o más de inmigrantes indocumentados. Cifras conservadoras, si se considera el volumen que este segmento demográfico contribuye al resto del país. Incluso en la Casa Blanca, los trabajadores inmigrantes haciendo el trabajo que otros no quieren hacer.
Como si se tratara de una obra del surrealismo. Mientras los inmigrantes cuidan las flores y el césped del domicilio actual de Joe Biden, el mandatario se ha dedicado a perseguir, encarcelar y deportar a millones de seres humanos en una maquinaria de terrorismo de Estado encabezada por las agencias policiales migratorias y el sistema privado de campos de concentración.
Cual legado de sus predecesores, Biden prometió una reforma migratoria, pero luego salió con el garrote. Dicha actitud, dicen activistas, legitima y facilita la crueldad con la que otros representantes de la politiquería de turno criminalizan a los seres humanos. Los casos se convierten en precedentes de violaciones a los derechos humanos e implementación de un estado de apartheid.
En el doble rasero de la política estadounidense y en particular del partido demócrata y su narrativa de las luchas sociales de los trabajadores, estos parecen desconocer que los inmigrantes también pertenecen a este gremio. Es decir, que en tiempo de pandemia de la COVID-19, los inmigrantes se volvieron trabajadores esenciales, para luego volver a ser inmigrantes y perseguidos.
Marcelo Sánchez, Washington.
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