En la mañana del miércoles, decenas de activistas comenzaron una protesta frente al Ministerio del Transporte en Roma, capital de Italia, por el cierre de los puertos a las embarcaciones de migrantes que llegan desde el Mediterráneo.
Los activistas se encadenaron a las escaleras de la entrada del Ministerio, pidiendo al Gobierno que rectifique su política. La policía detuvo a la mayoría de los manifestantes.
Mientras, el polémico ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini, y promotor principal de las políticas antinmigrantes del Ejecutivo, volvió a arremeter contra los migrantes. Comparó a los refugiados que desafían sus políticas hostiles con secuestradores y aseguró que no descansará hasta que sean encarcelados o deportados.
Poco después, Salvini viajó a Viena, donde se reunió con sus pares de Austria y Alemania, otros dos defensores férreos de las políticas antinmigración.
La concordia de la que habla Salvini esconde una contradicción. Para salvar la libre circulación de personas en Europa, Alemania tiene un plan para hacer que los solicitantes de asilo dispersados en el continente sean devueltos al primer país al que arribaron. Eso sería principalmente Italia y Grecia.
Si hablan de acuerdos pese a las contradicciones, puede que lo que le espera a los miles de refugiados afectados no sea otra cosa que deportaciones masivas.
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