Poco después, la Declaración Balfour de 1917 —un mensaje breve, pero de profundas consecuencias— dejó una herida abierta: Palestina fue entregada a quienes no eran sus legítimos habitantes.
Durante el Mandato Británico, la tierra fue preparada para la inmigración y la colonización, hasta llegar a la decisión de partición de 1947 y a la Nakba de 1948. Los pueblos quedaron grabados en la memoria, y la patria se convirtió en una herida permanente.
Aquellos acuerdos no fueron solo tinta sobre papel: marcaron el inicio de un siglo de fragmentación y ocupación.
